Por Diego Calb y Ana Moreno | Para LA NACION Premio Ciencia que Ladra-LA NACION
El
ensayo ganador de la edición 2013, escrito por Diego Calb y Ana Moreno,
enfrenta un enigma para el que no hay aún respuestas concluyentes: por qué
dormimos; en el fragmento que se reproduce a continuación, coinciden algunas de
las teorías que buscan explicar el fenómeno y la soñadora Alicia, en su
descenso al País de las Maravillas.
Todos necesitamos
dormir. O, al menos, todos los animales. Los humanos podemos hacerlo boca
arriba, boca abajo, de costado, abrazados a la almohada o al compañero de cama,
con las piernas flexionadas... En fin, somos bastante creativos. Pero si alguna
vez quisiéramos innovar, contamos con los demás integrantes del reino animal,
que nos ofrecen un variado catálogo de formas de reposo.
Los murciélagos, por ejemplo, duermen aproximadamente diecinueve horas
por día, y lo hacen colgados de las patas, "viendo tu panza al
revés", como bien dijo Luca Prodan. A más de uno de nosotros nos darían
ganas de vomitar, o al rato empezaríamos a tener dolor de cabeza, pero parece
que a estos particulares mamíferos les gusta. Además, una de las ventajas de
esta posición es que les permite esconderse mejor y evitar que los ataquen
porque, a diferencia de otras criaturas voladoras, los murciélagos no pueden
correr para despegar. Así que, en caso de peligro, con sólo dejarse caer ya
pueden huir.
Otro animal con una forma de dormir bastante peculiar es la jirafa, que
lo hace de pie, con un ojo constantemente abierto, mientras mueve las orejas de
lado a lado. De esta manera, se mantiene alerta por si a algún predador se le
ocurre merodear la zona en busca de alimento de cuello largo. Quizá sea una
forma un poco estresante para dormir, pero sobre posiciones, no hay nada
escrito.
También el delfín encontró una forma de descansar sin poner en riesgo su
vida: cierra un ojo, silencia la mitad del cerebro y, mientras tanto, ¡sigue
nadando! Lo mismo hace el pato.
Las posiciones para dormir que encontramos en la naturaleza son tan
variadas que casi se podría escribir el Kama Sutra del descanso, aunque por
motivos más que obvios no tendría tanto éxito como el original. Así que quienes
se aburrieron de simplemente cerrar los ojos, o no encuentran una posición
cómoda, pueden intentar quedarse parados o usar solamente medio cerebro. Sin
embargo, a menos que estuvieran en medio de la selva, y los rondara algún
predador, ese esfuerzo no tendría demasiado sentido.
Por lo general, el sueño es muy ligero en las especies sin defensa, como
la gacela, y muy pesado en las que tienen pocos enemigos naturales, o ninguno.
Por eso cuando vemos a un león casi siempre notamos que está durmiendo
profundamente (ya que para las tareas de la casa -o de la sabana- están las
leonas).
EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
Supongamos que dormimos un promedio de ocho horas por día. Al mes, habremos dedicado alrededor de 240 horas a esta actividad, lo que daría un total de 2920 al año. Si calculamos llegar como mínimo a los 80 años, pasaríamos 233.600 horas durmiendo, es decir, ¡más de 26 años!
Y en 26 años se pueden hacer muchísimas cosas. A esa edad, por ejemplo,
Maradona ganaba el segundo mundial para la Argentina , y arrancaba lágrimas con su jugada de
barrilete cósmico. Einstein publicó sus tres famosos artículos sobre la
relatividad en la revista Annalen
der Physik und Chemie [Anales
de Física y Química]. Y Miguel Ángel ya había esculpido la Pietà , esa que nos maravilla cuando la vemos
en el Vaticano. ¿Cómo puede ser que dediquemos un tercio de nuestra vida a
dormir, en lugar de hacer esos viajes tan deseados, de salir con amigos o
disfrutar interminables asados familiares?
Varios equipos científicos se hicieron la misma pregunta, tan difícil de
contestar y, aunque propusieron diversas teorías, siguen sin ponerse de
acuerdo. En este sentido, la ciencia y la política no son tan diferentes: casi
siempre hay ideas contrapuestas que avivan el debate. Todas suelen aportar un
punto de vista distinto y nos ayudan a entender mejor lo que sucede; en este
caso, por qué dormimos.
LUCHA DE TITANES
En la década de 1970, el psicólogo estadounidense Wilse Webb desarrolló
la teoría de la conservación de la energía. En ella postula que dormimos en
aquellos momentos del día en que es menos eficiente buscar alimento. Entonces
necesitamos y gastamos menos energía, y nuestro metabolismo disminuye alrededor
de un 10%; es decir, nuestras células ya no trabajan a toda máquina. Así,
acumulamos reservas que podemos usar cuando verdaderamente las necesitemos.
Del otro lado del ring, la teoría restauradora o reparadora afirma que
mientras dormimos el cuerpo recarga las baterías y se pone a punto. Uno de sus
representantes es Ian Oswald, que trabajó en el tema en la década de 1960;
muchos lo consideran el precursor de los estudios sobre el sueño en el Reino
Unido.
Para corroborar esta hipótesis, los científicos se basaron en
experimentos con animales de distintas especies a los que les impedían dormir.
Sin el descanso necesario, en unas semanas el sistema inmune de estas
criaturitas se debilitó paulatinamente hasta que murieron. Aprovechamos para
destacar el compromiso y la generosidad de estos pobres bichos en pos del
avance científico, así que conste aquí nuestro reconocimiento para ellos.
Cuando descansamos, entra en juego otro factor: nuestro cuerpo secreta
la hormona de crecimiento que, entre otras cosas, repara los tejidos. Dicho de
un modo más simple, es como si el cuerpo fuera al taller mecánico todas las
noches. En el cerebro, mientras estamos despiertos, las neuronas (células del
sistema nervioso) producen adenosina, una sustancia que, al acumularse, hace
que nos sintamos cansados. Cuando nos metemos entre las sábanas y cerramos los
ojos, la adenosina se elimina de a poco y por eso, al despertarnos, estamos
bien fresquitos. Entonces, dormir repararía los tejidos del cuerpo y nos
quitaría la sensación de cansancio. Algunas sustancias, como la cafeína,
bloquean la acción de este compuesto y por eso, cuando tomamos café, por
ejemplo, nos mantenemos despiertos y en alerta.
En la tercera esquina del cuadrilátero (en las cuestiones científicas no
hay un límite de luchadores) vemos a la teoría de la plasticidad neuronal,
mucho más reciente, que plantea la posibilidad de establecer nuevas conexiones
entre las células del sistema nervioso mientras dormimos. En otras palabras: se
pueden producir cambios en la estructura y organización del cerebro. Como
veremos más adelante, en varios institutos del mundo investigan de qué modo el
dormir (o dejar de hacerlo) afecta el aprendizaje y la memoria, tanto para
poder incorporar nuevos datos y procedimientos como para consolidar los que ya
tenemos. Ojo: no vaya a ser que los adolescentes que adeuden un examen de
química se escuden en esta teoría para dedicarse a la siesta y, en lugar de
enfocarse en el estudio de la tabla periódica, la dejen debajo de la almohada.
Por último, con menos entrenamiento y bastante vapuleada, llega la
teoría de la inactividad a ocupar la esquina libre del cuadrilátero. Entre
abucheos, sostiene que los animales que se quedan quietos durante la noche
tienen menos probabilidad de ser atacados porque no llaman la atención de los
predadores. Sin embargo, como bien dice el saber popular, "cocodrilo que
duerme es cartera", así que es preferible estar alerta, para reaccionar
rápido y escapar, antes que eludir el peligro jugando a las estatuas.
Más allá de quién logre dar el último golpe (o cómo se dividan el ring a
la hora de investigar), lo que sí se sabe es que todos compartimos algunas
cosas cuando apoyamos la cabeza en la almohada.
NO ME DEJES CAER
Para analizar qué nos pasa mientras dormimos, los investigadores se centraron en tres aspectos. Por un lado, para medir la actividad cerebral realizaron electroencefalogramas (EEG): con una pasta adhesiva, colocaron electrodos sobre el cuero cabelludo de amables voluntarios y los conectaron a una computadora que registraba las señales eléctricas que producía el cerebro mientras dormían. Al mismo tiempo, midieron el tono muscular por medio de un electromiograma (EMG), procedimiento similar al anterior, pero que dispone los electrodos en músculos de varias partes del cuerpo. Y por último registraron los movimientos de los ojos con un electrooculograma (EOG), con perdón de la palabra.
Después de varias mediciones o, mejor dicho, después de analizar un buen
rato a los voluntarios (o, en términos más técnicos, sujetos experimentales)
que, llenos de cables, aceptaron hacer una siestita en el laboratorio, los
científicos descubrieron que, cuando dormimos, atravesamos diferentes etapas
que se repiten cíclicamente a lo largo de la noche (o de la tarde, según los
hábitos y costumbres de cada cual).
Cuando Lewis Carroll escribió su Alicia
en el país de las maravillas en
1865, difícilmente podía imaginar que desde el comienzo de la obra describía
con bastante precisión los diferentes momentos del dormir. Alicia sigue al
extraño conejo con chaleco que logra llamar su atención y, casi sin darse
cuenta, comienza a caer lentamente. Cae, cae y cae, hasta que siente que se
queda dormida y que empieza a soñar. Si quieren saber cómo sigue la historia,
lean la novela o vean alguna de las películas que la reelaboraron. Tienen para
elegir: desde la primera adaptación para cine, de 1903, se estrenó una nueva
versión más o menos cada diez años.
Inspirados o no en el novelista y matemático inglés, los investigadores
describieron de modo similar las fases del sueño. Durante la primera etapa,
podemos sentir que nos caemos. Nuestros ojos se mueven más lento y los músculos
de todo el cuerpo se relajan. En la segunda, los ojos se detienen y las ondas
que emite nuestro cerebro se vuelven más lentas, aunque muestran picos
ocasionales de actividad. Durante este período, nuestro sueño es liviano: es
más fácil que nos despierten, y en muchos de esos casos llegamos a negar que
estábamos durmiendo.
Una vez que termina la caída, entramos en un sueño profundo. En la
tercera y en la cuarta etapas es más difícil que nos despierten y, si logran
hacerlo, estaremos algo desorientados y somnolientos. [...]
EL BLOG OPINA
Amena nota para todo público, sobre uno de los misterios más insondables en el comportamiento biológico de los seres vivos: El acto de dormir. En el sueño dejamos de ser lo que somos o lo que creemos ser, al sumergirnos en un mundo de "fantasía" o quizá de "realidades" para adentramos hacia un espacio existencial, definitivamente personal e íntimo. Nos parece una forma paralela de la vida ordinaria, mucho más rica en acontecimientos, amplitud y autonomía. Dormir plenamente y hacerlo en paz es uno de los actos más saludables y reconfortantes de la vida.