De villanos a superhéroes: tres ex
pandilleros derrotan al crimen
Pasaron su
juventud en pandillas, en las que traficaron con drogas y armas: su misión es
evitar que otros jóvenes sigan sus pasos
Termómetro
económico y social de América
JOSÉ BAIG Antigua
Guatemala 7 NOV 2014 -
Carlos Cruz, de México; Agustín Coroy, de
Guatemala; y Cecilio Torres Juárez, de Honduras; expandilleros que ahora
trabajan por la paz de sus comunidades.
Nacieron en tres países diferentes:
Honduras, Guatemala y México. Pero sus historias de vida son tan similares que
cuesta creer que no ocurrieron en el mismo barrio, o incluso en el mismo hogar.
Una familia desestructurada, falta de amor, necesidad de aceptación, pobreza y
falta de oportunidades, los llevaron a convertirse en delincuentes.
Fueron parte de ese ejército conformado,
según cálculos de diversas fuentes, por 70.000 jóvenes en toda América Central.
Desde muy pequeños aprendieron a manejar armas. Y las utilizaron contra otras
personas. También robaron y vendieron drogas. Además de consumirlas, claro.
Pero un día decidieron dejar la pandilla atrás y tratar de arreglar el daño que
hicieron, aunque admiten que hay cosas que no tienen remedio.
Los tres trabajan en sus respectivos
países para evitar que los niños y los jóvenes vean en las pandillas una opción
para escapar de la pobreza, para encontrar aceptación y ganar respeto. Los tres
participan aquí en un gran encuentro continental para buscar soluciones a un
problema que ya es una epidemia regional y afecta principalmente a la juventud.
El lema de los participantes y de la conferencia: empezar a forjar generaciones
de #JóvenesSinViolencia, una apuesta que parece ganar adeptos entre expertos y
gobiernos.
A continuación, los testimonios de cómo
dejaron atrás la vida de pandilleros y comenzaron a luchar contra la violencia.
Ladrón de sonrisas
A los 10 años, la mamá de Cecilio Torres
Juárez lo echó de su casa. Sin familia y sin hogar, vivió en las calles hasta
que lo acogió un vendedor de drogas de su barrio, en Honduras. Al poco tiempo,
él también comenzó a vender drogas, y a los 13 años compró su primera pistola.
"Era más grande que yo",
recuerda. "Ni siquiera me cabía en las manos, pero eso despertó cierto
respeto hacia mí en las demás personas. O miedo. Realmente, creo que fue miedo.
Y yo me sentía importante, porque me respetaban", cuenta.
Muchas veces usó esa pistola en su
carrera como delincuente. "Ya no solo tenía enemigos comunes por droga. También
la misma policía me quería matar", cuenta.
Pero a los 17 años, ocurrieron dos
eventos que fueron para él el inicio de su transformación. Uno fue que
sobrevivió a un atentado con armas de asalto. Le dispararon de frente a poca
distancia. Logró huir del ataque, y cuando se encontró en un lugar seguro, vio
que las balas solo le habían perforado la ropa.
Pero ocurrió algo aún más decisivo.
"Un día conocía a una niña. Solo tenía tres meses y la estaban regalando.
Y yo, estando en ese mundo feo y peligroso, decidí adoptarla y darle el amor
que yo no tenía. Eso despertó en mi cierto amor a la vida, cierto temor a
morirme y el deseo de querer cambiar".
El proceso de transformación fue largo y
difícil. Pero hoy Cecilio dirige una escuela de danzas folclóricas, hace
deportes y su mejor amigo es un antiguo rival al que dejó parapléjico de un
balazo. Su misión ahora es impedir que los niños vean a las pandillas como una
opción.
"El convivir con ellos me despertó
el niño interno", dice. Cuenta que recientemente tuvo que comparecer en un
tribunal por un problema legal que tenía pendiente de su época como delincuente
y le dijo a la juez: "he cambiado, pero todavía soy ladrón. Ladrón de
sonrisas, porque trabajo con niños".
Reparar el daño
Agustín Coroy también creció en un hogar
pobre y desestructurado. Relata que el primer gesto de cariño que recuerda en
su vida fue cuando uno de los narcotraficantes del barrio le pidió que le fuera
a comprar un refresco.
Tras una vida en las maras, en medio de
drogas y armas, un día que lo estaban torturando en la cárcel le prometió a
Dios que si le permitía sobrevivir a aquel tormento (le estaban arrancando las
uñas de los pies) dedicaría su vida a evitar que los jóvenes se dedicaran al
delito.
"Pienso que le hice tanto daño a mi
país, Guatemala, a tantos jóvenes, a tantas familias, entonces llegó el momento
como que para remediar todo lo que había hecho y me empecé a involucrar en
organizaciones", explica.
Gracias a un programa de ayuda a ex
pandilleros encontró un empleo fijo, pero al año se dio cuenta de que no estaba
cumpliendo su promesa, de modo que dejó ese trabajo y comenzó a trabajar de
lleno con su comunidad.
Una de sus primeras actividades fue
organizar un campeonato de fútbol. "El balón nos costó 95 quetzales (US$11
aproximadamente), pero con esa inversión mínima logramos que los jóvenes
dejaran de matarse. Durante 8 meses no hubo ningún asesinato en la
comunidad", explica.
Gracias a su trabajo, Agustín fue uno de
los fundadores de Jóvenes Contra la Violencia , una organización que nació en 2009 en
Guatemala y que ya tiene capítulos en toda Centroamérica. Erradicar la
violencia, explica, "va a costar, pero todas las organizaciones deberían
empezar a trabajar unidas".
Pandillero de la paz
"En nuestra infancia sufrimos
violencia y después en nuestra adolescencia y nuestra juventud empezamos a ser
generadores de violencia", explica Carlos Cruz, en referencia a Cauce
Ciudadano, el movimiento que fundó junto a otros ex pandilleros en la Ciudad de México, y que
trabaja con niños y jóvenes, además de en las cárceles y en varias comunidades.
"A los 16 años estaba involucrado en
temas de tráfico de armas, tráfico de dinamita, robo a casas de habitación. Era
un fenómeno que nos fue arrastrando desde la vida violenta en el barrio, en las
familias y también por la ausencia de las instituciones. De toda la gente de mi
edad en mi barrio, de 23 hoy solo vivimos tres".
En el año 2000 le asesinan a un amigo, y
eso provocó que Carlos y sus otros compañeros comenzaran a plantearse
trasformar sus vidas. "Empezamos a valorar lo que éramos como personas y
que nuestra experiencia de vida podía servir para que otros aprendieran",
dice.
En el proceso, decidieron renunciar a la
violencia como opción de vida y comenzar a enfrentar problemas como la pobreza,
la falta de oportunidades y el hecho de ellos también haber sido víctimas de
violencia. Además, recibieron apoyo de varias instituciones para lograrlo.
Hoy Carlos Cruz se sigue declarando
pandillero, pero pandillero constructor de paz. Y sostiene que la base de un
futuro sin violencia no está en la familia, sino en la comunidad. "Los
niños, niñas y adolescentes son de todos y hay que cuidarlos. En eso es en lo
que estamos".
José Baig es editor online del Banco
Mundial
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