Publicado por Diego San Juan el agosto 9,
2013.
Si los docentes no leen son incapaces de transmitir el placer de la
lectura
La educadora argentina que revolucionó la
lectoescritura asegura que si los docentes no leen son incapaces de transmitir
placer por la lectura. Dice que todos los chicos pueden aprender si los
maestros se lo proponen. Para la investigadora, la escuela es muy resistente a
los cambios porque siguen instaladas viejas ideas.
Entrevista por Mariana Otero
Emilia Ferreiro casi no necesita
presentación. Para el mundo de la educación es un referente indiscutible, que
revolucionó la enseñanza de la lectoescritura y que realizó numerosos aportes a
la alfabetización en el mundo.
Es argentina, pero está radicada en
México desde hace más de dos décadas. Su tesis de doctorado fue dirigida por
Jean Piaget en la
Universidad de Ginebra. Hace años que recorre América y
Europa dando conferencias y capacitaciones a docentes; es autora de
innumerables artículos científicos y libros y fue reconocida varias veces como
doctora honoris causa por diversas universidades, entre ellas la Universidad Nacional
de Córdoba (1999).
La investigadora del Centro de
Investigación de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de
México estuvo en Córdoba invitada por la Facultad de Psicología de la UNC. En diálogo con La Voz del Interior , aseguró que
el docente no puede seguir haciendo tareas burocráticas, que debe
profesionalizarse, que todos los chicos pueden aprender si tienen un maestro
que crea que pueden lograrlo y que la escuela se resiste a los cambios que no
genera ella misma. A continuación, un extracto de una larga charla.
–¿Qué puede hacer la escuela para evitar
el fracaso escolar?
–El fracaso escolar tiene varias caras
(...) Voy a hablar de los aprendizajes vinculados con la lengua. La
alfabetización inicial o tiene lugar en los primeros años de la primaria o es
un déficit que se arrastra muy mal. Incluso en casos donde no hay percepción de
fracaso puede haber fracaso con respecto a lo que significa alfabetizar. Hoy
nadie puede considerarse alfabetizado si está en situación de comprender
mensajes simples, saber firmar o leer libros con léxico y sintaxis
simplificada.
Desde finales del siglo XX estamos asistiendo a una revolución en
la que la digitalización de la información es parte de la vida cotidiana y la
escuela ni se ha dado cuenta. Entonces sigue preparando para leer un conjunto
limitadísimo de textos, sigue haciendo una alfabetización para el pizarrón.
Trabajar con la diversidad de textos y alfabetizar con confianza y sin temor a
circular a través de los múltiples tipos de textos y de soportes textuales del
mundo contemporáneo es indispensable.
–¿Se puede decir que la escuela sigue
siendo demasiado conservadora para niños de la era tecnológica?
–El sistema escolar es de evolución muy
lenta. Históricamente ha sido muy poco permeable a cambios que la afectaban.
Dos ejemplos: cuando apareció la birome, (bolígrafo) la primera reacción del sistema
educativo fue “eso no va a entrar acá porque arruina la letra”, y la escuela le
hizo la guerra a ese instrumento: una guerra perdida de antemano (...) Lo mismo
hizo cuando aparecieron las calculadoras de bolsillo y dijeron “eso va a
arruinar el cálculo escolar y no van a entrar”. Y entraron con muchas
dificultades, hasta que en algunos lugares descubrieron que podía hacerse un
uso
inteligente de la máquina de calcular. En ese contexto hay que ubicarse. La institución escolar siempre ha sido muy resistente a las novedades que no fueron generadas por ella.
inteligente de la máquina de calcular. En ese contexto hay que ubicarse. La institución escolar siempre ha sido muy resistente a las novedades que no fueron generadas por ella.
–Ahora se resiste a la computadora.
–Es una tecnología de escritura y tiene
ventajas innegables para la enseñanza. La primera reacción es de desconfianza.
El primer acto reflejo es que si nos traen una, la ponemos con llave.
–¿Se puede alfabetizar igual en
diferentes contextos sociales y culturales y con recursos distintos?
–Hay cosas que van a ser iguales y otras
que son necesariamente distintas. Algo que les digo siempre a los maestros es:
“¿Usted no sabe qué hacer el primer día? Lea en voz alta”. La experiencia de
escuchar leer en voz alta no es una experiencia de todos los chicos antes de
entrar a la escuela y es crucial para entender ese mundo insólito que tiene que
ver con que hay estas patitas de araña (muestra las letras) en una hoja y que
suscitan lengua.
–Es otra forma de enseñar a leer y
escribir...
–Más que empezar con la pregunta típica
de cómo hago para enseñar a leer y escribir, primero hay que enseñar algo
acerca de lo que es la escritura y para qué sirve. El maestro tiene que
comportarse como lector, como alguien que ya posee la escritura. La gran
diferencia entre los chicos que han tenido libros y lectores a su alrededor y
los que no los han tenido es que no tienen la menor idea del misterio que hay
ahí adentro. Más que una maestra que empieza a enseñar, necesitan una maestra
que les muestre qué quiere decir saber leer y escribir. Cuanta menos inmersión
haya tenido antes, más hay que darle al inicio.
–¿El docente es consciente de que esta es
una buena manera de enseñar a leer y escribir? Hay investigaciones que dicen
que los maestros no leen.
–Ese es uno de los dramas del asunto
porque se habla mucho del placer de la lectura, pero ¿cómo se transmite ese
placer si el maestro nunca sintió ese placer porque leyó nada más que
instrucciones oficiales, libros de “cómo hacer para”, leyó lo menos posible. Es
muy difícil que ese maestro pueda transmitir un placer que nunca sintió y un
interés por algo en lo que nunca se interesó. En toda América latina el
reclutamiento de maestros viene de las capas menos favorecidas de la población.
En muchos casos no hay aspiración a ser maestro. Y en ese sentido cambió, pasó
de ser una profesión de alto prestigio social a una con relativo bajo prestigio
social.
–¿Cuánto influye eso en la alfabetización
de los niños?
–Mucho, porque si alguien está haciendo
lo que hace porque no pudo hacer más, se va a sentir frustrado; y la frustración
profesional no ayuda al ejercicio profesional.
Una escuela vieja. –¿Se avanzó en el modo de alfabetizar?
–Hay una visión muy instrumentalista que
piensa lo mismo desde hace tantas décadas que da hasta lástima decirlo. Dice:
“Primero vas a aprender la mecánica de las correspondencias grafofónicas y para
eso mejor que ni pienses porque es un ejercicio mecánico de asociación de
correspondencias. Después vas a aprender de corrido, y después vas a entender
lo que estás leyendo y después, quizá, te venga esa cosa desde algún milagro
llamada placer por la lectura”. En realidad, el placer por la lectura entre los
chicos que tienen lectores a su alrededor es lo primero que se instala (...) Es
lo primero, no lo último.
–Esta tendencia del placer antes que lo
instrumental no está en práctica; seguimos con las viejas teorías. ¿Cómo se
revierte eso?
–No es fácil. Lo que no consigo es que me
den la lógica de la visión opuesta. Por ese lado hice investigaciones que
revelan que los chicos piensan sobre la escritura antes y que lo que piensan es
relevante y que es bueno tenerlo en cuenta.
–¿Sigue en vigencia esa idea de que el
maestro es la autoridad que les enseña a niñitos que no saben nada?
–Siguen instaladas viejas ideas que son
parte de la lentitud del sistema para reaccionar. A veces con el razonamiento
de que si siempre se hizo así para qué cambiar (...) Una de las tendencias es
regalarle el fracaso a la familia o al niño y no asumir la responsabilidad de
que todos los chicos pueden aprender y deben aprender. Andan buscando desde
antes que empiece el año escolar quiénes van a repetir o quiénes son los
disléxicos o los que tienen alguna patología por la cual la cosa no va a andar.
Y realmente todo cambia muy fuerte cuando el maestro dice “aquí no va a haber repetidores”
y cuando asume desde el inicio que “aquí van a aprender todos”. Eso exige un
involucramiento fuerte del maestro con el aprendizaje; ahí entramos en otra
vertiente, en la que el oficio del maestro se ha ido burocratizando cada vez
más y desprofesionalizando al mismo tiempo. Recibe instrucciones y las ejecuta:
esa es la definición de un burócrata. En tanto, el profesional es el que sabe
lo que está haciendo, por qué lo está haciendo y tiene una racionalidad y una
especificidad que puede defender profesionalmente.
–¿Cómo se hace para sacar adelante a
niños que concurren a escuelas donde hay un libro cada 40 alumnos, sin
biblioteca ni computadora y el docente, además, atiende situaciones familiares,
psicológicas?
–Enseñar a leer y escribir bajo los bombardeos
es difícil. Cuando un maestro está convencido de que puede hacer algo termina
descubriendo la manera de hacerlo, y si deja que el malestar general lo
apabulle no va a poder hacer nada. Si acepta estar ahí es porque cree que algo
puede hacer. Si forma parte de la desesperación colectiva, si se deprime junto
con el ambiente, no va a poder hacer nada. Pero hay maestros creativos que
consiguen llevar adelante algo que da esperanza... El maestro tiene que decir
“aprender es posible”, como el médico decir “la salud es posible”.
Fuente:
http://www.otraescuelaesposible.es/entre_emilia_f.htm
RED IBEROAMERICANA DE DOCENTES
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