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Foto portada: aplastandolasalmendras.blogspot.com



jueves, 1 de diciembre de 2011

EL CULO DE LA ARQUITECTA


 por Pedro Mairal 

 No suelo concordar con el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo. Noto un
 gusto general por el culito escuálido de las modelos flacas. A mí me gustan
 grandes, hospitalarios, macizos. Me gusta el culo balcón, que sobresale y se
 autosustenta como un milagro de ingeniería. El culo bien latino, rappero,
 reggaetón, de doble pompa viva y prodigiosa.
 
 Me salen versos cuando hablo de culos. Quizá porque en los culos hay algo
 más antiguo y atávico que en las tetas, que en realidad son una
 intelectualización. Las tetas son renacentistas, pero el culo es primitivo,
 neanderthaliano. Con su poder de atracción inequívoca, su convergencia
 invitadora, es un hit prehistórico. Despierta nuestro costado más bestial:
 el del acoplamiento en cuatro patas. Las tetas son un invento más reciente,
 son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico, musical, cadencioso,
 indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la batida de la bossa que
 retrata a la garota que se aleja en Ipanema.  Porque el culo siempre se
 aleja, siempre se va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en dirección
 contraria de las tetas, que siempre vienen y por eso suelen ser alarmantes,
 amenazadoras, casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la novia de
 Mazinger Z, que se disparaban como dos misiles). Las tetas confrontan, el
 culo huye, es elegía de sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja
 tristes a los hombres pensando qué cosa más linda, más llena de gracia
 aquella morena que viene y que pasa con dulce balance camino del mar. 


 Las argentinas tienen orto, las colombianas jopo, las brasileras bunda, las
 mexicanas bote, las peruanas tarro, las cubanas nevera o fambeco, las
 chilenas tienen poto. O mejor dicho, las chilenas no tienen poto, según mis
 amigos transandinos que se quejan de esa falta y quedan asombrados cuando
 viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me encadeno a la muralla del
 Baluarte de San Francisco, en el último Festival de Cartagena de Indias,
 para no tener que volver y poder seguir admirando el desfile incesante de
 cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros merecían no este breve
 artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario como el Canto General. 
 
 De las cosas que hacen las mujeres por su culo, la que más ternura me da es
 cuando lo acercan a la estufa para calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan
 frente a una chimenea o un radiador y acercan el culo, lo empollan un rato.
 El culo es la parte más fría de una mujer. Siempre sorprende al tacto esa
 temperatura, el frescor del cachete en el primer encuentro con la mano.   
 
 Durante el abrazo, se puede llegar a los cachetes de dos maneras. Una es
 desde arriba, si la mujer tiene puesto un pantalón, pero es dificultoso y lo
 ajustado de la tela impide la maniobra y la palmada vital. La otra forma es
 desde abajo y eso es lo mejor, cuando se alcanza el culo levantando de a
 poco el vestido, por los muslos, y de pronto se llega a esas órbitas
 gemelas, esa abundancia a manos llenas. 
   
 En ese instante se siente que las manos no fueron hechas para ninguna otra
 cosa más que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos del
 cuerpo la blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre. 



 Se suele pensar que, en el sexo, la posición de perrito somete a la mujer.
 Pero hay que decir que abordar por detrás a una mujer de ancas poderosas
 puede ser todo lo contrario: es como acoplarse a una locomotora, como
 engancharse en la fuerza de la vida, hay que seguirla, no es fácil, uno
 queda subordinado a su energía, hay que trabajar, darle mucha bomba, carbón
 para la máquina. Es uno el que queda sometido a su gran expectativa,
 absorto, subyugado, vaciándose para siempre en la doble esfera viva de esa
 mantis religiosa. 
 
 Una vez vi un hombre de unos 45 años dando vueltas al parque, corriendo tras
 su personal trainer. Lo curioso es que era una personaltrainer, y las calzas
 azules de esta profesora de gimnasia evidenciaban que tenía un doctorado en
 glúteos. Como el burro tras la zanahoria, el hombre corría tras ella sin
 pensar en nada más que ese seguimiento personal. No me sorprendería que a la
 media hora hubiera un grupo de corredores trotando detrás, en caravana. 
   
 La música de los culos es la del flautista de Hamelin. Los hombres, con su
 legión de ratones, van tras ella, hipnotizados. 
 
 Las mujeres saben aprovechar sus recursos. Yo trabajé en una empresa en el
 mismo piso que una arquitecta narigona (esas narigonas sexys) y con un
 'tremendo fambeco'. Ella sabía que era su mejor ángulo y lo hacía valer, con
 unos pantalones ajustados que dejaban todo temblando. Era una de esas
 oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el almanaque cuadriculado, la
 tabla rectangular del escritorio, la ventana, los estantes, las carpetas de
 archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el culo de la arquitecta que a
 veces pasaba camino a tesorería o a la fotocopiadora. Su culo era lo único
 redondo en todo este edificio de oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un novio), pero en una época yo pensaba
 escribir una novela con los acoplamientos heroicos que imaginé con ella. Una
 novela que iba a titular, con un guiño a Greenaway, 'El culo de una
 arquitecta'.   


 No escribí ni dos líneas de esa novela, pero sí algunos poemas que ella
 nunca leyó. Me acuerdo que la veía antes de verla, la intuía en un ritmo
 particular que tenía el sonido de sus pasos, un peso, un roce de la cara
 interna de sus muslos de falsa mulata. Cuando aparecía en el rabillo de mi
 ojo, ya sabía plenamente que se trataba de ella. Y pasaba y todo se detenía
 un instante, el memo, el mail, la voz en el teléfono, todo se curvaba de
 pronto, no había más rectas, todo se ovalaba, se abombaba, y el corazón del
 oficinista medio quedaba bailando. No exagero.   
 
 Además era plena crisis del 2002. Todo se derrumbaba, caían los ministros,
 los presidentes, caía la economía, la moneda, la bolsa, caía el gran telón
 pintado del primer mundo, caía la moral, el ingreso per cápita, todo caía,
 salvo el culo de la arquitecta que parecía subir y subir, cada vez más
 vivaracho, más mordible, más esférico, más encabritado en su oscilación por
 los corredores, pasando en un meneo vanidoso que parecía ir diciendo no,
 mirame pero no, seguime pero no, dedicame poemas pero no. 
   
 Ojalá ella llegue a leer esto algún día y se entere del bien que me hizo
 durante esos dos años con solo ser parte de mi día laborable pasando con
 tanta gracia frente al mono de mi hormona.. Y ojalá se entere también que,
 cuando me echaron, lo único que lamenté fue dejar de verla desfilar por los
 pasillos, respingando el durazno gigante de su culo soñado. 
   
 * Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970. 
 Cursó la carrera de Letras en la Universidad del Salvador, donde fue
 profesor adjunto de la cátedra de Literatura Inglesa. En 1996 publicó el
 libro de poesía 'Tigre como los pájaros' (Mención Premio Fortabat). En 1998
 obtuvo el Premio Clarín de Novela por 'Una noche con Sabrina Love', que fue
 llevada al cine y traducida a varios idiomas. En el 2001 publicó el libro de
 cuentos 'Hoy temprano' y en el 2003, el libro de poesía 'Consumidor final'

EL BLOG OPINA
                               Sin duda Pedro Mairal conoce el tema, aprecia los encantos femeniles y sabe escribir. Es una excelente nota que nos ha gustado por su precisas observaciones, por su gracejo y por sobre todo porque se expresa con naturalidad, lo que se dice: a calzón quitado...  


Agradecimientos
Texto enviado por Victor Hamlin
Material gráfico: sindramas.com   denunciando.com   forocoches.com   cabronos.es

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